11 de Diciembre. Me siento, como de costumbre, sin esperanza. ¿Cómo luchar sin saber a qué te enfrentas? O, mejor dicho, ¿sin saber por qué te enfrentas?
Sí, por supuesto que deseo ponerme bien. Levantarme por las mañanas con una sonrisa y unas ganas gigantes de comerme el mundo. Que el corazón me palpite si sucede algo emocionante, o estar en paz si la marea está tranquila. Escuchar el latido de su corazón y poder perderme en él de nuevo. Volver a ver que los segundos cobran sentido, y vivirlos. Simplemente sentir que estoy viva. Que sigo en éste mundo y que cada instante cuenta.
Mi falsa felicidad entra en conflicto con la noche, quien la acusa de mentirosa. Y tan mentirosa que, finalmente, admite su cometido y se deja hundir por la densa y cortante realidad.
Trato de apoyarme en aquellas sonrisas que me rodean, pero a la vez las temo. Temo la compañía por no ser capaz de mantener la compostura por mucho más tiempo. Y que finalmente vean cómo me rompo en mil pedazos.
Ando desesperada en busca de refugio, porque ni yo misma ya soporto mi presencia.
Ni yo misma.
A mi misma.
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